domingo, 28 de septiembre de 2008

EL LIBRO DE LA SERENIDAD - RAMIRO CALLES

EJERCICIOS DE MEDITACIÓN PARA LA SERENIDAD

La meditación es una práctica excepcionalmente antigua, utiliza­da para transformar los estados mentales de confusión y desorden en estados de claridad y sabiduría. Es una ejercitación para cultivar metódica y armónicamente la atención, desarrollar la concentra­ción, aprender a pensar y a dejar de pensar, y propiciar un estado anímico de sosiego y contento. La meditación promueve la calma y la lucidez. Como la mente es desarrollable y perfeccionable, se la somete a un ejercicio para que se despliegue y estimule los deno­minados «factores de autodesarrollo» o «iluminación», tales como: la energía, la atención consciente, la ecuanimidad, la indagación de la realidad, el sosiego, el contento y la lucidez.
La meditación, como entrenamiento, exige la detención e in­movilización del cuerpo para facilitar el control sobre la mente. Ésta debe fijarse siempre en un soporte u objeto ya que, sobre todo al principio, tiende a distraerse constantemente. El meditador, con paciencia y ecuanimidad, debe reconducirla una y otra vez al so­porte de la meditación.
Existen muchas clases de meditación (parte de las cuales, las re­ferentes al desarrollo de la energía de amor y compasión, incluimos en El libro del amor), pero en esta obra, por su carácter, explicare­mos las que más tienden a propiciar la calma y la lucidez mental. El lector que esté interesado en conocer mayor número de ejerci­taciones meditacionales puede recurrir a nuestra obra sobre yoga en prensa en esta misma editorial.
La meditación consiste en dedicarnos unos minutos a nosotros mismos, para apaciguamos, recogernos y desconectar del mundo exterior y de la propia agitación de la mente. Se puede meditar sen­tado en el suelo o sobre una silla o taburete, pero es imprescindi­ble:
-Mantener la postura estable y moverse lo menos posible. Cuando sea necesario moverse, debe hacerse con mucha lentitud y atención.
-Vigilar que el tronco y la cabeza estén erguidos.
-Efectuar una respiración preferiblemente nasal y pausada.
Para ejecutar la meditación debe seleccionarse una habitación tranquila y con una luz tenue. Hay que tratar de no ser molestado. Uno debe fijar cuánto tiempo va a dedicar a la meditación, que no debe ser inferior a los quince minutos. La meditación es una nece­sidad específica y nos ayudará a «desacelerar» , desalienar, desau­tomatizar y obtener lo mejor de la mente. El mismo término medi­tación, de acuerdo con su raíz, significa «sanar» y es la misma que la de medicina o medicamento. Sana la mente, drena el subcons­ciente, libera de tensiones y nos enseña a estar en nosotros mismos. La meditación, para que sea lo más eficiente posible, requiere:
-Motivación.
-Esfuerzo correcto.
-Perseverancia.
-Atención consciente.
-Firmeza de mente o ecuanimidad.
A veces, durante la meditación, se presentan estados mentales displacenteros, pero es una buena ocasión para bregar con ellos; es preciso aplicar la ecuanimidad e idos desenraizando.
La meditación es el fecundo cultivo de la mente y del corazón. Es un entrenamiento que nos permite conseguir unos frutos mentales que luego podremos trasladar a la vida cotidiana. Es, pues, un método o banco de pruebas para desarrollar cualidades nobles e ir superando las innobles. Con la práctica asidua, se convierte en una fuente de serenidad y, una vez conquistado este sosiego, es posible mantened o con mayor facilidad en las situaciones cotidianas o in­cluso ante las vicisitudes.
La persona que emprende la vía de la meditación no puede, por supuesto, ejercitar todas las técnicas, pero debe ir descubriendo cuáles se avienen mejor con su naturaleza mental y cuáles le re­portan mayor beneficio y tranquilidad. Lo ideal es trabajar a fondo con tres o cuatro técnicas y profundizar en ellas mediante una práctica frecuente. A menudo es de gran provecho comenzar la se­sión de meditación con unos minutos de atención a la respiración, porque así la mente se concentra y se sosiega, e incluso resulta más sencillo seguir con otros ejercicios. Además, los métodos de aten­ción a la meditación también favorecen toda la fisiología, sedan el sistema nervioso y tranquilizan no sólo el ánimo, sino también el organismo. Como declaraba Buda, «el esfuerzo debe hacerla uno mismo». No hay que desalentarse ni desfallecer, porque la medita­ción transforma en la medida en que se practica. Estimula el ele­mento vigílico y nos va aproximando a nuestro fecundo ángulo de quietud.
A continuación, describimos detalladamente técnicas de medi­tación que propician un estado de concentración, sosiego y ecua­nimidad. Todas ellas son muy antiguas y han demostrado una ex­traordinaria fiabilidad.

La atención a la respiración

Existen múltiples ejercicios de atención a la respiración, que se centran en el proceso respiratorio. La respiración debe ser sosega­da y por la nariz, pero no se requiere ningún tipo de controlo res­tricción sobre la misma.

1. Atención a la sensación táctil del aire
Al entrar y salir por la nariz, el aire produce un toque o roce en algún lado de la nariz. Es la denominada «sensación táctil de la respiración». En este ejercicio, se procede fijando la atención mental en la entrada de los orificios nasales, es decir, en las aletas de la nariz. Una vez detectada la sensación táctil, es necesario mantener la mente bien concentrada en esa sensación, con ausencia, en lo posible, de cualquier otra idea y, si la mente se distrae, corrigiéndola en cuanto uno se percate de ello. Hay que evitar pensamientos o ideas y desarrollar sobre la sensación táctil la atención pura y di­recta. Si en las primeras sesiones el practicante no siente la sensa­ción táctil, mantendrá igualmente fija la atención en las aberturas de la nariz y se observará con concentración la entrada y la salida del aire, evitando reflexiones o divagaciones de cualquier tipo.

2. La atención al punto de encuentro de la inhalación y la exhalación y viceversa
Desconéctate de todo, para enfocarte firmemente sobre la respi­ración. Sigue, con mucha atención, el curso de la inhalación y la exhalación, pero presta todavía más atención, si cabe, para tratar de captar el fugaz momento en el que la inhalación confluye y se fun­de con la exhalación y la exhalación con la inhalación. Libre de ideas y distracciones, se sigue, pues, el curso del aire y se trata de perci­bir con la mayor lucidez posible el punto de confluencia entre la inhalación y la exhalación.

3. La atención a la respiración para tranquilizarse y aflojarse
Fija la atención mental en la respiración. Trata de hacer más len­ta y larga la exhalación. Cada vez que inhales hazlo con mucha atención. Pero la importancia de este ejercicio descansa sobre todo en la exhalación. Al ir exhalando el aire, siente que te sueltas, te re­lajas, te sosiegas y abandonas agradablemente. Insiste en cultivar un estado de calma y laxitud; una sensación de relajación y sosie­go, apoyándose en la exhalación del aire.

4. Atención a la respiración contando
Para algunas personas con una mente muy distraída, éste pue­de ser durante un tiempo un método muy eficaz. Consiste en con­tar las exhalaciones en la medida en que se va acabando de ex­pulsar el aire. Ahí, se toma con mucha atención el aire y al ir fina­lizando la exhalación, se cuenta 1; con la siguiente exhalación, 2..., y así sucesivamente hasta llegar a la para comenzar de nuevo en­tonces la cuenta por 1.

5. Atención a la respiración con visualización de luz dorada
Enfoca la mente sobre la respiración para efectuar este impor­tante ejercicio de tranquilización mediante la visualización de la agradable y relajante luz dorada, con la que han trabajado duran­te miles de años muchos meditadores de Oriente. Imaginando que el aire que tomas es como apacible luz dorada, al inhalar siente que esta energía dorada te calma y pacifica, y al exhalar, mentali­za que esta luz dorada impregna todo tu cuerpo y te otorga un sentimiento profundo de paz, relajación y sosiego.

6. Atención a la respiración para cultivar la cualidad de sosiego
Este ejercicio se puede efectuar seleccionando cualquier cuali­dad positiva, pero por el carácter de nuestra obra elegimos la sere­nidad. Enfócate sobre la respiración y, al inhalar, siente que te sa­turas de una sensación de profundo sosiego y al exhalar mentaliza que sueltas y te liberas de cualquier sensación de agitación o desa­sosiego.

La atención a las sensaciones

Estabilizado el cuerpo y tan inmóvil como sea posible, se lo toma como soporte para enfocar la atención mental. El cuerpo es un ver­dadero hervidero de sensaciones, que unas veces son gratas y otras ingratas, unas burdas y otras sutiles. Se trata de mantener firme­mente canalizada la atención en el cuerpo para ir captando, sin jui­cios de valor y sin reaccionar, las sensaciones que van surgiendo y desvaneciéndose, sean contactos, presiones, entumecimientos, dolores, bloqueos, energías, cosquilleo, radiación, etc. No hay que emitir ningún juicio de valor y debe percibirse tanto como sea po­sible sin reaccionar, esto es, con inquebrantable ecuanimidad. Es conveniente, durante unos segundos, tomar conciencia de la pos­tura (sentado) y luego ir percibiendo muy atentamente cómo dis­curren las sensaciones, sin identificarse con ellas y evitando reac­ciones de apego o aversión.
También se puede desarrollar este ejercicio deslizando el foco de la atención por todas las zonas del cuerpo, lentamente, desde la cima de la cabeza hasta el dedo gordo del pie y viceversa, sintien­do sin reaccionar y moviendo la atención por todo el cuerpo, in­cluso deteniéndola en una zona cuando no se siente para, durante unos instantes, tratar de sentir. Pero no se trata de pensar que se siente ni imaginar, sino sentir o no sentir. Si no se siente, se sabe que no se siente y se sigue con el ejercicio, manteniendo la aten­ción muy clara y evitando reacciones. Con la práctica, cada vez se captan sensaciones más abundantes y sutiles y, mediante este ejer­cicio, se esclarece la percepción, se benefician el cuerpo y la men­te, se eliminan muchos condiciona miento s y se desarrollan la luci­dez y la calma.

La observación inafectada de los pensamientos

Enfoca la atención sobre tu propio espacio mental para ir captan­do, por momentos, los pensamientos que puedan surgir en la men­te, sean ideas, recuerdos, proyectos, estados mentales o emocio­nales, y otros. Debes convertirte en un implacablemente atento espectador de tu mente, pero desidentificándote de lo que discurra por la misma. Sé testigo inafectado de cualquier idea que pase por la mente. No reacciones, no apruebes ni desapruebes; observa. No debes intervenir ni para crear pensamientos ni para suprimirlos. Si la mente se queda en silencio, obsérvala así; cuando comience a operar, observa lo que surge en la misma.
Este ejercicio nos enseña a mantener la calma a pesar de los pensamientos, a desidentificarnos de ellos y a hallar un «centro» de clara y atenta conciencia más imperturbable y serena.

Cortar los pensamientos en su propia raíz

Hemos sido durante muchos años demasiado condescendientes con los pensamientos, sobre todo con los nocivos. Hemos dejado que nos gobiernen y se pongan al servicio de las emociones desa­pacibles y perniciosas. Este ejercicio consiste, precisamente, en ne­gamos a dejamos pensar por los pensamientos. Debes enfocarte sobre tu mente, con extrema atención, y tratar de cortar el pensa­miento en su propia raíz en cuanto se presente. No importa que al cortar un pensamiento surja otro y así sucesivamente, pero hay que evitar que el pensamiento procese y fluya en la mente, configuran­do cadenas de pensamiento o ideaciones. Ya el hecho de estar muy atento a la mente y con la firme determinación de no dejarse pen­sar reduce al mínimo los pensamientos encadenados y suprime el discurso mental. Es un ejercicio extraordinario para enseñamos a pensar y dejar de pensar, en suma, a ir tomando las riendas de nuestros pensamientos y la gobernabilidad de nuestra mente.

La visualización de infinitud

Este ejercicio es muy antiguo y si uno está en el campo puede eje­cutarlo utilizando como soporte la bóveda celeste, pero de no ser así, se hace visualizando la misma.
Visualiza o imagina el firmamento claro, despejado e ilimitado. Deja que todo tu ser se funda con esta imagen y, a través de ella, olvidándote de tus asuntos cotidianos y afanes, recrea un senti­miento de expansión e infinidad, de inmensidad y cosmicidad. Si surgen pensamientos, son como nubecillas que pasan sin arrebatar su atención, que debe estar inmersa en la bóveda celeste, con el sentimiento de olvido del ego y plenitud e infinitud.

Recogimiento y presencia de ser

Estabilizada la posición del cuerpo, trata de ignorar los pensa­mientos y de irte interiorizando. Ni siquiera los combatas, enfoca hacia tu interioridad toda la atención, energía e interés, para irte re­tirando tanto de los afanes exteriores como de los propios procesos mentales. Ve serenándote y entrando más y más en ti mismo, sose­gándote, y creando un espacio interior de profunda tranquilidad y silencio, tratando de que los pensamientos no te saquen de ti mis­mo. Ve recreando ese espacio de silencio y sosiego interior y sin­tiéndote a ti mismo en lo más profundo, no como una idea o con­cepto, sino como una sensación o presencia de ser, desarrollándose así el sentimiento «soy», pero como desnuda sensación de ser. Ve interiorizándote más y más, dejando todo fuera de ti excepto esa presencia de ser, en la que cada día que practiques te irás absor­biendo más y más, hasta lograr un fecundo y renovador estado de paz.

La atención sosegada

Este ejercicio es de especial interés para reeducar la mente y en­señarle el camino directo a enfocarse en el aquí y ahora, en lugar de estar siempre en el antes o el después, el pasado y el futuro. En la medida en que lo practicamos, la mente se toma más controla­da y podemos ejercer este dominio también en nuestras activida­des cotidianas. Es un ejercicio en el que, a diferencia de otros, no hay un soporte definido para la concentración, sino que el soporte es la atención misma. Hay que tratar de estar muy atento, pero a la vez relajado; muy consciente, pero desde el sosiego. De ahí las de­nominaciones que recibe este ejercicio: la atención sosegada; la cal­ma alerta, o similares. La persona tiene que estar atenta a todo, pero a nada en concreto; en suma, permanecer tan vigilante como pueda, con la mente en el aquí y ahora. Cada vez que la mente es­cape, tiene que tratar de retrotraerla aquí y ahora.

Pensamientos y sentimientos de sosiego en todas las direcciones

Buda declaró: «Esparce tus pensamientos amorosos en todas las direcciones». Así lo hemos explicado en nuestra obra El libro del amor, pero el ejercicio puede efectuarse también con el sentimien­to de quietud.
Estabilizada la postura, durante unos minutos sumérgete en la respiración, para ir apartando de la mente toda actividad cotidiana e ir generando un sentimiento de calma profunda. Después, envía­te a ti mismo sentimientos de sosiego y paz. A continuación, envía estos sentimientos y buenos deseos de sosiego hacia los seres más queridos; luego, hacia los seres queridos; hacia las personas indife­rentes; hacia las personas que te resultan antipáticas; hacia los ani­males; hacia las plantas, y hacia todo el universo en todas las di­recciones, con el sentimiento muy íntimo de que «ojalá todos los seres del mundo puedan sentirse sosegados, calmos y dichosos».

EL examen de los estados mentales

Resulta de gran importancia someter la mente a un aséptico exa­men para descubrir y reconocer sus estados perniciosos y poder así esforzarse por desalojados de ella, tomando además lúcida y plena conciencia de cuánto estos estados, muchas veces renuentes y acarreados durante años, nos han provocado una enorme e innecesa­ria masa de sufrimiento a nosotros e incluso a los demás.
Una sabia instrucción declara: «Si no descubres dónde está la espina, no podrás sacártela». Si no somos plenamente conscientes de la masa de innecesario sufrimiento mental que nos han genera­do estos estados, no nos decidiremos a liberamos de ellos. Cada persona tiene que descubrir sus estados mentales insano s y más enraizados y ver cuánto sufrimiento han generado y, asimismo, cómo surgen y atrapan a la persona, sometiéndola a ofuscación, debilitamiento psíquico, empañamiento de la conciencia y altera­ción interna. La intensidad de estos estados varía según la persona. Tenemos que ir viendo cómo se repiten y con cuánta intensidad y los múltiples problemas de todo orden que generan. Reconocién­dolos, estaremos en mejor disposición para irnos sustrayendo a su poderosa influencia.
Son estados perniciosos, entre otros: la codicia, el apego, el odio, la ira, la soberbia, la infatuación, el egocentrismo excesivo, la envidia, los celos y la malevolencia. Todos ellos, indudablemente, nos roban la paz interior. Pero el examen al que nos referimos nada tiene que ver con el clásico examen de conciencia, pues en este caso debemos evitar por completo tanto la autorrecriminación o autoculpa como la justificación o pretexto.
A modo de conclusión, citaré unas significativas palabras de Ni­sargadatta cuya esencia deberíamos imprimir en el trasfondo de nuestra conciencia. Dicen:
«El mayor maestro es tu yo interior. Es el dueño supremo. Es el único que puede llevarte a tu meta y el único que te acogerá al final del camino. Confía en él y no tendrás necesidad de ningún maestro exterior. Pero, te repito, necesitarás un firme deseo de encontrarIo y no hacer nada que pueda crear obstáculos o producir retrasos. No malgastes tu energía y tu tiempo con remordimientos. Tus errores deben servirte de enseñanza: no los repitas».

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